Archive for febrero 2014

Sympathy for Mr. Vengeance, de Chan-Wook Park

Una familia disfuncional de Corea del Sur es la elegida por Chan-Wook Park para desplegar la historia de Sympathy for Mr. Vengeance. Ryu, el protagonista, es un joven sordomudo que trabaja en una metalúrgica y convive junto a su hermana, una muchacha que sufre por entonces una enfermedad crónica para la cual la única cura posible sería un transplante de riñón.

Ante la necesidad de tener que solventar la casa y los gastos de la enfermedad de su hermana, Ryu debió abandonar sus estudios de arte y, desde hace un tiempo, busca desesperadamente la forma de encontrar la irrisoria suma de 10 millones para poder llevar a cabo la operación de la joven. Así es como, mientras cree que trabajando duramente en la metalùrgica podrá llegar a reunir dicha suma, un día se entera de que lo despidieron como consecuencia de una aparente reducción de personal.

A partir de ese giro del destino, Ryu pierde los estribos y comienza a barajar las posibilidades más remotas con tal de lograr su cometido. Lo primero que hace es conectarse con un grupo mafioso que le promete que, a cambio de su riñón (más el pago de los 10 millones que logró juntar para la operación) le conseguirán un riñón sano para poder transplantarlo en el cuerpo de su hermana. Ante la desesperación acepta, pero lamentablemente, luego de la extracción de su órgano aparece desnudo en la azotea de un edificio, sin el riñón para su hermana y sin el dinero.


Es entonces que frente a este injusto, el joven sordomudo se carga de ira, odio e impotencia y comienza a ver con buenos ojos el plan propuesto por su novia (una adolescente anarco-terrorista que fuma sin parar), que no es otro que el de secuestrar a la hija del dueño de la metalúrgica con el único propósito de alzarse con el rescate y así recuperar el dinero que les robó la mafia de los transplantes.

De esa forma, ambos comienzan a seguir al empresario y registran desde su auto todos los movimientos que suceden en la casa de aquel. Y un buen día, cuando el plan del secuestro está cerrado desde todas sus aristas, finalmente arrebatan a la niña y la llevan a vivir a la casa de Ryu, en la cual la pequeña es acogida de muy buena manera por la hermana del joven, quien desconoce el macabro plan desplegado por su hermano y su cuñada.

Mientras tanto, Ryu pide el rescate y el padre de la niña se dispone a pagarlo. Pero en ese ínterin, la hermana de Ryu descubre el verdadero origen de la niña y al no poder soportar el dolor de saberse una carga para su familia, decide cortarse las venas, dejando sin efecto todo el proceso delictivo que la pareja puso en funcionamiento. Y a partir de allí, la vida de los personajes se transformará en una irrefrenable tempestad de odios y desgracias en la que todos terminarán cumpliendo el doble rol de víctima y victimario, ya que en el medio, un nuevo punto de giro modificará aún más el curso de la historia.

Como puede verse en este pequeño desglose de argumento, la película tiene una trama compleja, con una gran densidad dramática y propone un relato en el que si bien la venganza es el conflicto principal de la historia, sus personajes en cambio, son tan víctimas como victimarios dado que el destino (el verdadero malvado del film) es quien los enfrenta y los somete a unas situaciones que trascienden aquello por lo cual desde las primeras escenas, los posiciona como enemigos ante los ojos del espectador.

Es muy probable que el gran mensaje que Chan-Wook Park ha querido esbozar en este film no es otro que el de dejar en claro que cuando el hombre decide experimentar algunas de las pasiones más peligrosas de su condición humana, da rienda suelta a una serie de procesos universales que se ponen en marcha y que ya no dependen de su voluntad sino de los designios de una voluntad superior, entendida como la única capaz de cuantificar y calificar la intensidad que tendrá el conflicto que ellos mismos gestaron.

Si la comparamos con los otros dos títulos de la trilogía (Old Boy y Sympathy for Lady Vengeance) esta pieza es una de las más básicas de las tres, ya que sirvió como tela para que el director arrojara la pintura y experimentara con ella algunos lineamientos de estilo que luego usó en las otras dos películas, demostrando una asombrosa evolución tanto en la forma narrativa como en el uso innovador del lenguaje audiovisual.

Respecto de los elementos fílmicos de esta pieza es bastante lo que se podría decir, pero entre los más interesantes merecen una especial mención las logradas actuaciones (sobre todo la del joven que interpreta al sordomudo y la del padre al que le han secuestrado a su pequeña hija), la cuidadosa dirección fotográfica (que logra algunos planos y encuadres dignos del cine de Kurosawa) y las brillantes piezas musicales, todo un broche de distinción en el cine de este genial director.

Es por eso que Sympathy for Mr. Vengeance es un film altamente recomendable. Una interesante propuesta del cine surcoreano que además de contar con todos los elementos de un thriller dramático-policial, deja entrever cierta aproximación al cine contestatario, ya que expone ante el lente de la cámara algunas cuestiones como la desigualdad social, el deficiente estado de los sistemas de salud, la impunidad en la que se mueven ciertas organizaciones delictivas y el tráfico de órganos, todas problemáticas de carácter universal y lamentablemente cada vez más comunes en cualquier sociedad moderna.

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El proyecto chavista: nada nuevo

“Yo veo al futuro repetir el pasado 
veo un museo de grandes novedades”
Cazuza
Algunos en América Latina piensan que en Venezuela se está experimentando algo novedoso en el ámbito político. Sin ser venezolano, pero sí ciudadano de América y del mundo, me atrevo a contradecir esa opinión. La figura de Hugo Chávez Frías no representa ninguna novedad para la historia política latinoamericana.
Militar, carismático y golpista, aunque a diferencia de la mayoría de militares gobernantes durante las dictaduras latinoamericanas, se autodenomina de izquierda. Pero ni en esto ha sido el primero. Ya el General Omar Torrijos de Panamá fue uno de los más importantes referentes de militar de izquierda en el continente.
Chávez se ha autoadjudicado la misión de continuar la tarea que dejase pendiente Simón Bolívar, haciendo gala de un personalismo absoluto. El Bolivarianismo, la mítica figura que tiene una connotación tan trascendental en la cultura política Venezolana, ha sido explotada por Chávez como nunca en la historia. De allí su revolución bolivariana, que por el momento carece de sustentos teórico-ideológicos sólidos y que realmente está fundamentada en su figura, en el caudillo latinoamericano.
La diferencia entre Chávez y cualquier otro líder de la oposición venezolana radica en su discurso y en parte de su obra social, permitida gracias al buen precio internacional del petróleo en la actualidad. A diferencia de los dirigentes de la anterior etapa partidocrática, quienes a la población de más escasos recursos le parecían distantes y ajenos a sus intereses, Hugo Chávez ha sabido articular un discurso en el cual los pobres son sujetos y protagonistas, acompañado con programas sociales de gran envergadura y directamente ligados con las comunidades más empobrecidas.
El análisis fácil y romántico diría que no importa si Chávez es democrático o autoritario, populista o de izquierda, si se encuentra del lado de los pobres, trabajando de verdad. Pero la realidad es siempre más compleja y dolorosa para quienes andan en busca de superhéroes y de soluciones mágicas. La historia reciente es contundente: la figura del caudillo latinoamericano, del militar autoritario y populista, no ha sacado de la pobreza a nadie. De nada le ha servido a nuestros pueblos sacrificar sus libertades y derechos políticos en pos de un mejoramiento económico.
Chávez es uno de esos militares mesiánicos más, que viene al pueblo pidiendo que deje todo en sus manos, que no piense y que no estorbe, para que él resuelva. De ésos ya hemos tenido varios y es tarea del pueblo venezolano exigir a su oposición que haga lo que debe de hacer para que la historia no se repita y no llegue hasta donde más duele. De ellos dos, del pueblo y de una dirigencia política que responda a esa clamor –dejando atrás todo mezquino protagonismo atomizador-, es la tarea de no permitir un caudillo más en la historia de nuestra América. Del pueblo y de la oposición venezolana es la tarea, pero no de los Halcones ni de Pat Roberson ni de la administración Bush.
Lo único novedoso a esperar de Hugo Chávez es su próxima ocurrencia. ¿Qué viene después de decir que “el socialismo no andaba muerto, andaba de parranda”, o que “ayer estuvo el diablo aquí”, o que “Jesucristo fue el primer socialista”?. Ya sólo se me ocurre, con el tinte cada vez más cristiano-religioso que le está dando a sus discursos, que pronto Chávez se declarará el mesías. ¿Hará la multiplicación del petróleo, el señor Chávez?
Megalomanía, delirio de grandeza, se llama su proyecto, y su fórmula política se resume en: al pueblo, pan y circo.
Y eso no es nada nuevo, y menos de izquierda.

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Votar es Elegir

Votar es elegir. Entre el uno y el otro. O entre lo uno y lo otro. Cuándo voy a las urnas –¿por qué se llaman urnas? ¿Cómo la caja de la muerte? ¿Será porqué el que pierde muere, por lo menos políticamente, muere?– elijo y des-elijo, evoco y revoco, inclusive in-voco y e-voco, y por si fuera poco, co-loco, mi cruz, mi señal, el derecho que más tengo, que es elegir a quien ha de gobernar, no a mí, sino a la nación. El lugar donde hago la cruz, es el sitio del Locum, no del loco. Elijo entre el uno y el otro, y eso me hace soberano, porque nadie sino yo, está, en ese momento, solo frente a la urna, y con la cruz, elige.

Elegir es vivir, pues sin elegir entre esto o aquello, no hay vida. Por eso, cada vez que hay votación, y tengo derecho a votar, voto. Porque el voto, es el acta notarial que subscribe que yo, en la ciudad que voto, soy algo más que nadie. La cruz, esa, no la de Jesús, sino que la del voto, certifica, por lo menos ante mí mismo, que tengo un derecho, y que es mi derecho, y porque es un derecho, es un deber, y ese es mi voto. Mi voto: mi voto es mi carta de amor a la ciudad donde yo vivo.


Amo al voto desde que una vez me lo quitaron. Me lo quitó Pinochet, con su Estado Único, con su Idea de Partido Único, con su afán de eternizarse, como si él fuera el Único. Desde entonces, me decidí a votar siempre, donde pudiera, y aunque perdiera, y casi siempre he perdido, pero al fin, siempre, aunque pierdo, algo he ganado: Gano mi derecho a elegir, a quien debo pagar una parte de mis ingresos para que me represente en el gobierno; pues, quizás porque yo no tengo condiciones, o aptitudes, o tiempo, para representarme a mí mismo, o simplemente, porque no soy político profesional, debo pagar, con una parte de mis impuestos, a alguien para que gobierne.

Le pago al médico para que cuide de mi salud (no siempre lo ha hecho bien, debo confesarlo). Le pago al funcionario que hace mi declaración de impuestos, y desde que me caí de una escalera, pintando a mi casa, le pago a un pintor para que pinte mi casa. Con mi voto, elijo a quien debo pagar para que me represente, hacia dentro de la nación y hacia fuera de la nación. Le pago, en fin, a alguien para que haga bien un trabajo que yo no puedo, no quiero, o quizás, no debo hacer.

Cuando voto, solo, frente a la urna, pongo en juego, con una simple cruz, mi existencia política. Voto, luego, existo. Esa decisión marcada en un simple papel, es también el resultado de mi propia biografía. Pues, en virtud de lo que uno es, o ha llegado a ser, elige.

Ese alguien, por el que voto, debe reunir, por supuesto, ciertas condiciones. En primer lugar ha de ser un político. Porque el poder es político. Eso quiere decir, que no debe ni puede ser un militar, ni tampoco nadie que esté involucrado con organizaciones militares, ni mucho menos militaristas. Debo dejar muy en claro, en este punto, que no tengo nada en contra de los militares. Pero su tarea no es gobernar, sino que cuidar la soberanía nacional. Los militares están encargados de cuidar los límites geográficos de cada nación, y su deber en ese sentido, es sagrado. Pero no están encargados de cuidar los límites políticos. Esa es tarea del gobernante político.

Cuidar los límites políticos es muy distinto a cuidar los límites ideológicos. No hay nada más antipolítico que las ideologías, pues la política vive de la realidad, tal cual ella se presenta. Las ideologías, en cambio, están hechas para controlar la realidad. Cada ideología vive de los sistemas abstractos que ella misma inventa. Un buen gobernante, eso lo dijo una vez Max Weber, es aquel que es capaz de tomar decisiones, aún en contra de sus ideologías, pues el no sólo ha de gobernar a sus partidarios, sino que a toda la nación.

Ese alguien por el que voto, ha de ser, sino humilde, por lo menos no un exhibicionista. Nunca votaré por alguien que piense que es el rey del mambo, ni mucho menor por un reformador del mundo. Quien he de elegir, ha de ser político, y político tiene que ver con la polis, y la polis de hoy es, no es otra cosa, que la nación bien constituida. El gobierno es para los gobernados, no para los gobernantes.

Ese alguien por quien voto, ha de ser democrático, que fuera de la democracia, otra forma mejor de gobierno aún no tenemos, los humanos. Y debe ser democrático, no sólo hacia dentro de la nación, sino que sobre todo, hacia fuera. Jamás votaría por alguien que concierta acuerdos y hermandades con los gobiernos más represivos y monstruosos de la tierra.

Pero, ¿qué importan, en este caso, mis opiniones? ¿Aunque sean las de alguien a quien una vez le robaron el derecho a voto? Importan, sólo quizás en un punto: que cuando tú entras, y haces la cruz, no sólo apoyas a alguien, sino que niegas a otro alguien, o dicho al revés, porque niegas a alguien, apoyas a otro. Una negación fuerte, lleva a una afirmación fuerte de tu propio ser. El no es condición del sí. Un sí sin no, es un sí débil, pues no se sostiene sobre nada. El no es aquello que sostiene al sí.

¿Y si te roban el voto? –me dirás-. No el derecho a voto, como una vez a mí me lo robaron, ¿sino qué el mismo voto? ¿Valdrá la pena entonces votar?

Sí; aún así, vale la pena votar. Porque el que roba tu voto, no tú, será el ladrón. Si no votas, nadie te robará el voto, y luego no habrá ningún ladrón. Pero si tú votas, tú habrás cumplido con tu tarea, la que te corresponde como ciudadan@ de tu nación. Tú pagas tus impuestos, aunque sabes que serán malgastados. ¿Por qué no votar entonces aún sabiendo que tu voto será robado? Lo importante, es cumplir con el deber que a cada uno le corresponde. El que te robó el voto, sabrá, por lo menos frente al espejo de sí mismo (y todos lo llevamos, aunque algunos muy adentro) que es un ladrón. Haz entonces, con tu voto, que el ladrón se sienta un ladrón y no un triunfador.

Podrá mandar el ladrón, pero nunca gobernar. Y entre mandar y gobernar, hay mundos de distancias.

PS.- En mi país Chile, cuando en un plebiscito llamado por el propio Dictador, la mayoría de la población, aún sabiendo que les iban a robar parte de sus votos, se pronunció por un claro NO. Poco antes de esa elección, los comunistas llamaron a NO VOTAR. La oposición, pese al Dictador y los comunistas, ganó, y la dictadura hubo de irse. Quiero decir con esto: los totalitarios de todos los colores, temen a la votación, aunque puedan ganar. La abstención, en determinados casos, puede ser entonces, desde un punto de vista ciudadano, no sólo anti-política, sino que, además, antidemocrática. No te dejes seducir por ella, amiga, amigo.

A veces hay que Votar por alguien para Botar a otro, porque si no Votas, puede que caigas, y para siempre, bajo las Botas. Como ayer sucedió en Chile. Como hoy sucede en Corea del Norte, en Cuba, en China, en Bielo-Rusia, y en Siria, y en tantos lugares más.

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