El proyecto chavista: nada nuevo

“Yo veo al futuro repetir el pasado 
veo un museo de grandes novedades”
Cazuza
Algunos en América Latina piensan que en Venezuela se está experimentando algo novedoso en el ámbito político. Sin ser venezolano, pero sí ciudadano de América y del mundo, me atrevo a contradecir esa opinión. La figura de Hugo Chávez Frías no representa ninguna novedad para la historia política latinoamericana.
Militar, carismático y golpista, aunque a diferencia de la mayoría de militares gobernantes durante las dictaduras latinoamericanas, se autodenomina de izquierda. Pero ni en esto ha sido el primero. Ya el General Omar Torrijos de Panamá fue uno de los más importantes referentes de militar de izquierda en el continente.
Chávez se ha autoadjudicado la misión de continuar la tarea que dejase pendiente Simón Bolívar, haciendo gala de un personalismo absoluto. El Bolivarianismo, la mítica figura que tiene una connotación tan trascendental en la cultura política Venezolana, ha sido explotada por Chávez como nunca en la historia. De allí su revolución bolivariana, que por el momento carece de sustentos teórico-ideológicos sólidos y que realmente está fundamentada en su figura, en el caudillo latinoamericano.
La diferencia entre Chávez y cualquier otro líder de la oposición venezolana radica en su discurso y en parte de su obra social, permitida gracias al buen precio internacional del petróleo en la actualidad. A diferencia de los dirigentes de la anterior etapa partidocrática, quienes a la población de más escasos recursos le parecían distantes y ajenos a sus intereses, Hugo Chávez ha sabido articular un discurso en el cual los pobres son sujetos y protagonistas, acompañado con programas sociales de gran envergadura y directamente ligados con las comunidades más empobrecidas.
El análisis fácil y romántico diría que no importa si Chávez es democrático o autoritario, populista o de izquierda, si se encuentra del lado de los pobres, trabajando de verdad. Pero la realidad es siempre más compleja y dolorosa para quienes andan en busca de superhéroes y de soluciones mágicas. La historia reciente es contundente: la figura del caudillo latinoamericano, del militar autoritario y populista, no ha sacado de la pobreza a nadie. De nada le ha servido a nuestros pueblos sacrificar sus libertades y derechos políticos en pos de un mejoramiento económico.
Chávez es uno de esos militares mesiánicos más, que viene al pueblo pidiendo que deje todo en sus manos, que no piense y que no estorbe, para que él resuelva. De ésos ya hemos tenido varios y es tarea del pueblo venezolano exigir a su oposición que haga lo que debe de hacer para que la historia no se repita y no llegue hasta donde más duele. De ellos dos, del pueblo y de una dirigencia política que responda a esa clamor –dejando atrás todo mezquino protagonismo atomizador-, es la tarea de no permitir un caudillo más en la historia de nuestra América. Del pueblo y de la oposición venezolana es la tarea, pero no de los Halcones ni de Pat Roberson ni de la administración Bush.
Lo único novedoso a esperar de Hugo Chávez es su próxima ocurrencia. ¿Qué viene después de decir que “el socialismo no andaba muerto, andaba de parranda”, o que “ayer estuvo el diablo aquí”, o que “Jesucristo fue el primer socialista”?. Ya sólo se me ocurre, con el tinte cada vez más cristiano-religioso que le está dando a sus discursos, que pronto Chávez se declarará el mesías. ¿Hará la multiplicación del petróleo, el señor Chávez?
Megalomanía, delirio de grandeza, se llama su proyecto, y su fórmula política se resume en: al pueblo, pan y circo.
Y eso no es nada nuevo, y menos de izquierda.

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